Regalar la vida
29 junio, 2023Agustín discernió su vocación
28 agosto, 2023Mónica fue una fervorosa cristiana y una difusora tenaz de la fe católica dentro del ámbito familiar y entre sus vecinos.
El Papa Benedicto XVI dijo en Castelgandolfo refiriéndose a santa Mónica: “vivió de manera ejemplar su misión de esposa y madre, ayudando a su marido Patricio a descubrir la belleza de la fe en Cristo y la fuerza del amor evangélico, capaz de vencer el mal con el bien… Como dirá después san Agustín, su madre lo engendró dos veces; la segunda requirió largos dolores espirituales, con oraciones y lágrimas, pero que al final culminaron con la alegría no sólo de verle abrazar la fe y recibir el bautismo, sino también de dedicarse enteramente al servicio de Cristo” (Ángelus, 27 de agosto de 2006).
San Agustín guarda en su memoria una experiencia que le marcó mucho en su niñez. Se refiere a la preocupación de su madre, Mónica, de que fuera iniciado en la fe cristiana. Refiere que un día cayó enfermo🤮 con peligro de muerte debido a un dolor de estómago. Mónica dispuso las cosas para que recibiera el bautismo cuanto antes, dado que peligraba su vida. Sin embargo, el niño Agustín mejoró de repente🤔. Una vez restaurada la salud su madre se disuadió de bautizarlo, de manera que el sacramento lo recibiera mejor ya de adulto.
La razón fue que Mónica preveía en su hijo un camino muy accidentado, quizá lleno de muchos pecados, los cuales se le borrarían con el bautismo, cuando se comprometiera a fondo en el camino de la fe católica. Y aunque san Agustín no estuvo de acuerdo con esta decisión de su madre, miró este hecho como una manifestación de la providencia divina, dada efectivamente la multitud de pecados que después cometería (cf. San Agustín, Las Confesiones 1,17-18).
Cuando Agustín se topó con la obra del Hortensio de Cicerón quedó fascinado por la invitación a buscar la verdad. Solo una cosas objetó al libro, que no aparecía el nombre de Cristo, que llevaba tatuado en el corazón por haberlo bebido desde su más tierna infancia por influencia de su madre Mónica. Con ello, el santo nos deja entrever cómo se había gestado en él una disposición a la relación afectuosa con Cristo, precisamente a partir del vínculo afectivo con su madre.
San Agustín habla también del dolor que Mónica sentía por los extravíos de su hijo desbalagado😭 : “mi madre, fiel sierva tuya, me lloraba ante ti mucho más que las demás madres suelen llorar la muerte corporal de sus hijos, porque veía ella mi muerte con la fe y espíritu que había recibido de ti” (San Agustín, Las Confesiones 3,19). De forma particular, recuerda aquel momento en que engañó a su madre y viajó a Roma dejándola con grandes lloros en el puerto de Cartago (cf. Las Confesiones 5,15).
Al poco tiempo de su estancia en Milán –en torno al año 384–, llega su madre Mónica con la intención de ayudarlo a darle estabilidad a su vida familiar, y para tratar de convencerlo de que volviera a la confesión de la fe católica. De hecho, había encontrado para él una muchacha apropiada a su condición social, para que se casara de acuerdo a los usos romanos y poder así aspirar a un puesto de regente. San Agustín se separa de la mujer con la que había convivido durante más de trece años, a la espera de la edad núbil de su prometida.
Y el momento de la conversión fue realmente para Mónica una gracia del cielo inesperada: “porque de tal modo me convertiste a ti que ya no apetecía esposa ni abrigaba esperanza alguna en este mundo, estando ya en aquella regla de fe en la que hacía tantos años me habías mostrado a ella (Mónica, su madre). Y así convertiste su llanto en gozo, mucho más fecundo de lo que ella había apetecido y mucho más caro y casto que el que podía esperar de los nietos que le diera mi carne” (San Agustín, Las Confesiones 8,30).
Terminemos con unas bellas palabras del Papa Benedicto XVI a propósito de la vida de santa Mónica: “¡Cuántas dificultades existen también hoy en las relaciones familiares y cuántas madres están angustiadas porque sus hijos se encaminan por senderos equivocados! Mónica, mujer sabia y firme en la fe, las invita a no desalentarse, sino a perseverar en la misión de esposas y madres, manteniendo firme la confianza en Dios y aferrándose con perseverancia a la oración” (Ángelus, 27 de agosto de 2006).