Vocación cristiana: una historia de amor

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La primera pregunta: ¿Qué entendemos por vocación cristiana? ¿Que entendemos por vocación? Porque para hablar de vocación cristiana, hemos de partir de la vocación a la vida, puesto que Dios por su gran amor nos ha creado y con ese mismo amor nos ha llamado también a la vida y al amor, vocación fundamental de todo ser humano, al haber sido creados a semejanza de Dios, que es amor. En efecto, todas las personas hemos sido llamadas y convocadas (vocación) por Dios a una alianza de amor, de ahí que nuestra primera vocación haya sido vivir en intima unión con ese Dios que nos “habita” y nos llama a mantener esa alianza de amor con Él. Por ello, todos tenemos vocación, y nadie  puede excluirse, ya que es voluntad de Dios, no de nosotros. Dios, pues, buscará siempre las mil formas para que el hombre pueda seguir unido a Él en una alianza de amor a la que es y en todo momento será fiel. Nosotros los hombres, sin embargo, dadas nuestras limitaciones, con no poca frecuencia romperemos la fidelidad a esta vocación recibida e iremos detrás de otros dioses.

todos tenemos vocación, y nadie  puede excluirse, ya que es voluntad de Dios, no de nosotros

Destaquemos, en segundo lugar, dónde se concreta la vocación cristiana, vista como una historia de amor. Pero esa realidad, no es algo que se siente, sino que es algo que te constituye, define e identifica; más aún, se convierte en parte de ti mismo, por eso nos es permitido decir: tengo vocación. En realidad, somos vocación por la iniciativa de Dios. Con no poca frecuencia, pensamos que la vocación es mía, me pertenece. No obstante, nos equivocamos ya que es don de Dios, y tiene su comienzo cuando nacíamos y nos llamaba a dar plenitud a esa vida en este mundo donde vivimos ahora.

Esta historia terrena de amor que empezaba en nuestro nacimiento, cuando nuestra madre nos daba  a luz, se va expresando y adquiere forma dentro de la gran familia de Dios, que es la Iglesia. En ella recibimos el bautismo, que es ciertamente el sello de la alianza con Dios Creador. Quiere que seamos parte de su propiedad. A Él y solamente a Él le pertenecemos, porque hemos sido creados por Él y para Él. Por eso, el bautismo ratifica esa alianza de amor con el mismo Dios a través de su Hijo, y a través del bautismo recibido en la Iglesia somos hijos en el Hijo, que es Cristo Jesús, en quien se origina la vocación cristiana.

Al sellar esta historia de amor por medio del bautismo, ya no nos es posible separarnos de Dios, al que hemos sido incorporados. El bautismo hace que seamos injertados en Dios; entonces seremos uno como el Hijo y el Padre con el Espíritu son uno, si bien Dios respeta la libertad humana, y el hombre puede vivir de espaldas a este amor que Dios le tiene. Quién como Agustín, con esa vocación cristiana, vivió un tiempo de espaldas a Dios, y tras su conversión con mente y corazón fijos en Dios, pudo escribir: Dios, separarse de ti es caer; volverse a ti, levantarse; permanecer en ti es hallarse firme. Dios, darte a ti la espalda es morir, convertirse a ti es revivir, morar en ti es vivir. Dios, a quien nadie pierde sino engañado, a quien nadie busca sino avisado, a quien nadie halla sino purificado. Dios, dejarte a ti es ir a la muerte; seguirte a ti es amar; verte es poseerte” (sol. 1, 1, 3). Es decir, nos es posible acoger el don que Dios nos da para ser parte de su pueblo, o cerrar nuestras manos y corazón y rechazar ese amor que Dios nos tiene. La gracia entonces pierde su fuerza.

En tercer lugar, este don de la vocación cristiana además de afectar a la persona lo acoge y lo hace suyo  y tiene también su exigencia. No es únicamente recibir el don a través del bautismo y permanecer con los brazos cruzados, sino que debemos abrir nuestras manos para los demás. En consecuencia, nuestra vida cristiana no ha de limitarse a recibir los sacramentos, sino que debe ser un don recibido para los demás. Recordemos la parábola de los talentos: aquel hombre que guardó la parte recibida, al final Dios se la quitó y la entregó al que más tenía. Por tanto, nuestra vocación cristiana es dinámica: conlleva una disponibilidad abierta para elegir lo que Dios quiere para mí porque desea que colaboremos para la extensión de su Reino. Hemos recibido su amor a fin de que nosotros también podamos extender ese amor a los demás. Seríamos sarmientos secos, si no fuéramos capaces de poner al servicio de los demás los dones recibidos de Dios; por lo cual, nuestra vocación de hijos de Dios por el bautismo se ha de concretar en otra vocación, en servicio específico al pueblo de Dios, como religiosos, como sacerdotes, en el matrimonio… Una vocación dentro de la vocación.

la vocación cristiana es una historia de amor, en la que el mismo Dios ha tomado la iniciativa

En definitiva, la vocación cristiana es una historia de amor, en la que el mismo Dios ha tomado la iniciativa. Somos vocación desde el origen de nuestra existencia, ya que hemos sido llamados a la vida por Dios, y desea continuar demostrando su amor al género humano siempre que cada uno de nosotros nos dejemos amar por Dios, para que Él siga apostando por nosotros y así nosotros podamos ayudar a otros hombres y mujeres, a que descubran ese amor verdadero.