Fuego en el corazón

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El don del Espíritu que enciende la vocación

Dice el Evangelista Lucas que, una vez que los discípulos de Emaús reconocieron a Jesús al  partir el pan y desapareció de su presencia, éstos se dijeron el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino, cuando nos explicaba las Escrituras? (Lc 25, 32). Este signo tan elocuente del ardor en el corazón de estos discípulos, que aquella tarde se encontraban abatidos por la muerte del Maestro, me invita a reflexionar en el don del Espíritu Santo, que el Padre Dios ha depositado en el corazón de todo creyente el día del bautismo (vocación cristiana),  y que muy bien se representa con el signo del fuego.

“¿Cómo es este fuego del amor de Dios? Como en el episodio de la zarza ardiente, es un fuego que arde pero no consume (cf. Ex, 3, 2). Ilumina, calienta y da unidad a la vez que diversidad y vida, pero no quema ni destruye”[1]. Este fuego se alimenta con la Palabra del mismo Dios; Palabra encarnada en la Persona de Jesucristo, por eso los discípulos de Emaús sentían que su corazón ardía cuando la misma Palabra, les hablaba a lo profundo de su corazón, porque es allí donde encuentra el lugar más propicio para arder, para encender, para transformar la realidad de todo aquel que, guiado por el Espíritu, es capaz de cambiar la tristeza en alegría, el temor en confianza, la muerte en vida.

Es la misma experiencia que vive San Agustín, cuando interpelado por la Palabra de Dios, siente que su corazón es traspasado por el dardo encendido de su amor, que rompe su sordera, ilumina su ceguera  y  lo lleva definitivamente a dejar la vida de “hombre viejo”, para revestirse totalmente del “hombre nuevo”, que anhela y desea caminar por el camino de la Verdad. De ese corazón encendido por el fuego del amor de Dios, brota un canto de alabanza y de entrega: “¡Oh amor, que siempre ardes y que nunca te apagas! ¡Caridad, Dios mío, enciéndeme! da lo que mandas y manda lo que quieras” (Conf. X,29,40).

cuando Dios siembra en el corazón de una persona el don de la vocación, enciende un fuego divino, un fuego de amor que nunca cesa de arder

De igual manera, cuando Dios siembra en el corazón de una persona el don de la vocación, enciende un fuego divino, un fuego de amor que nunca cesa de arder, al contrario, día a día se renueva en su ardor y en su resplandor, y va consumiendo el corazón del llamado porque se siente amado por Dios. Es este fuego el que le impulsa a dar una respuesta generosa, a iniciar un camino, una aventura, una misión, porque transforma el temor y las dudas en confianza y seguridad, de que Dios es el que llama y camina al lado de quien se siente llamado; nunca lo deja solo y por lo tanto siente en su corazón el ardor de la Palabra, la presencia del mismo Dios que le quema por dentro y le invita a caminar con él.

Fuego en el Corazón

Lema de la campaña

En Pentecostés los Apóstoles recibieron el fuego del Espíritu Santo, que encendió sus corazones y los capacitó para cumplir la misión, les dio fuerza y valor para ser testigos de Cristo hasta los confines de la tierra tal y como el Maestro les había mandado: “Vayan al mundo entero y prediquen el Evangelio a toda creatura” (Mc 16,15). También hoy, en nuestro tiempo y en nuestra historia, el mismo Espíritu que descendió sobre la Iglesia naciente, es el que continúa encendiendo el corazón de todos los creyentes, para escuchar  el llamado que Dios les hace a ser felices, en una vocación específica. Es el don del amor del Padre que, como fuego abrasador, consume los anhelos todos aquellos que responden a la llamada.

“El don que hemos recibido – dice el Papa Francisco – es un fuego, es amor ardiente a Dios y a los hermanos”. Ahora bien, continúa el Papa, el fuego no se alimenta solo, muere si no se mantiene con vida, se apaga si las cenizas lo cubren”[2]. Por eso es necesario pedirle al Señor todos los días, que vivamos en un eterno Pentecostés, que su Espíritu renueve y haga nuevas todas las cosas, también nuestra vida cristiana. Que el fuego de la vocación que cada uno ha recibido, se alimente diariamente de la llama de nuestra Madre la Iglesia, de la oración y de la búsqueda. Solo así el Fuego del corazón se mantiene encendido y el don del Espíritu alimenta la llama de la vocación.

[1] Papa Francisco, homilía en la Eucaristía de  apertura del Sínodo de la Amazonia. 6 de octubre de 2019.

[2] Papa Francisco, homilía en la Eucaristía de  apertura del Sínodo de la Amazonia. 6 de octubre de 2019.