La familia, mi vocación

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Toda nuestra vida, nuestras historias, nuestras vivencias, muchas veces se desarrollan en el centro de un hogar completo o tal vez en una familia disfuncional, y suelen ser la excusa para ser repetidores de historias, pero no puede ser esto la excusa para salir a repetir esas vivencias,  esas cicatrices  de historias pasadas, sino por el contrario debería de ser la marca, para el comienzo de un nuevo escrito, de una nueva partida donde descubrimos la verdadera vocación ese llamado que tenemos cada uno para ser felices, para ser santos.

A veces la  palabra vocación es mal entendida y no se comprende la magnitud de sus significado, de lo que evoca y más aún la vocación al  matrimonio, un paso, un decisión que marca profundamente la historia de una persona, es cómo ese tatuaje que no se borra, que se escribe con tinta indeleble, pero ¿cómo se descubre la vocación al matrimonio y lo que está vocación conlleva?, no es sencillo responder a esta pregunta, puesto que implica detenerse en varios aspectos, hagamos una similitud, un médico, tarda alrededor de 7 años en prepararse, estudiando, profundizando, realizando prueba y error para llegar a ser el mejor médico, descubriendo el funcionamiento de cada parte del cuerpo para dar un diagnóstico certero, para entender la situación del paciente y dar la medicina que ayudará a mitigar el dolor la enfermedad, pues más aún cómo no prepararnos para la vocación matrimonial, en donde dos personas con historias distintas, con crianzas diferentes, con gustos, con sueños y anhelos distintos, deciden unirse y caminar juntos, pero realmente es algo que no es tan sencillo, si uno se pone a mirar con racionalidad, venir a renunciar a muchas de tus cosas para estar con esa persona o por el contrario, comenzar desde ceros, es algo no tan atractivo.

Pero ¿qué lo hace especial? ¿qué hace que uno logre compenetrar esa unión? ¿qué hace que todo tenga sentido?, algo sencillamente poderoso, y es estar unidos de la mano de Dios. Cuando decides casarte después de haber tenido una preparación, un acompañamiento espiritual, de estar convencido que el matrimonio en verdad es para toda la vida, reconoces que quien hace de esos dos mundos, de esas dos historias una sola, es Dios, cómo dice la Palabra  de Dios: “Uno solo puede ser vencido, pero dos podrán resistir. Y además, la cuerda de tres hilos no se rompe fácilmente” (Eclesiastés 4,12).

Cuando comprendes que no estas construyendo solo, que hay alguien que guía, que acompaña, que provee, que consuela, que es el que maneja el timón de ese barco llamado familia, muchos de los temores, de los miedos, de la falta de amor, de las cicatrices y dolores pasados, se disipan y se logra concretar esa vocación al matrimonio, que conlleva construir un hogar, formar familia, criar hijos que anhelen el cielo, que amen a Dios y a María, y estar convencidos que mi responsabilidad como esposo es hacer de mi esposa una mujer santa y que mi responsabilidad como esposa es hacer de mi esposo, un hombre santo en medio del día a día, 

Pues bien, este tiempo de Pentecostés supliquemos al Espíritu Santo, para que nuestros actos y pensamientos, sean encaminados en descubrir la vocación a la cual hemos sido llamados, que nuestro corazón sea transformado para vivir en santidad la vocación del amar y ser amados a través del entregarse por completo al otro. 

Jaime Ramos M. y Jerilee Dueñas R. 
Orgullosos papás de Juan Jacobo y Maria José, una familia de pequeños servidores del Amor.