UN ENCUENTRO QUE SACIA EL HAMBRE DEL CORAZÓN
13 junio, 2020La familia, mi vocación
17 junio, 2020Escuchar que los labios de Jesús te digan: “Ven y sígueme”, no sé a ti, pero a mí, me causa bastante sorpresa. Y quizá algo de terror, porque… ¿por qué yo y no otro?, ¿verdad? Y es que resulta que eres tú quien ha leído sus palabras en la Biblia, viendo cómo llamaba a los discípulos, y han resonado en tu corazón. No te lo ha dicho nadie, ni te lo han contado. Lo has vivido.
El impacto de sus palabras en nuestro corazón es fuerte, muy fuerte. Inesperado también.
Es posible que el “Ven y sígueme” (Mateo 19, 21), en lo primero que te haga pensar sea: “¡Dejar todo, no gracias! Estoy bien así”, pero en el fondo lo has pensado, no descartas la posibilidad. ¿Y si dejando todo encuentras más? Eso que no imaginas, pero que ahora mismo necesitas. Lo mismo le pasó al joven rico (Mateo 19, 15-30) que estaba cavilando la posibilidad de seguir a Jesús, pero al final no lo logró. Y no fue únicamente por no atreverse a dejar los bienes materiales, sino por decidir no entregar también sus bienes espirituales. Su voluntad, sus planes, sus sueños, sus dones, su vida. Es, en definitiva, dejar un futuro que aún no tienes. Él joven rico también necesitaba a Jesús, y no se dio cuenta.
También puede ocurrir que el corazón apriete fuerte y diga: “Hey joven, que usted tiene familia. Y le aman mucho. Usted a ellos también, no lo olvide”, y esa fuerza de las palabras de Jesús se conviertan en ilusión pasajera, ésa que no es fácil olvidar, pero se encajona en un rincón. Pero el “Ven y sígueme” continúa repiqueteando ese mismo corazón. Además, porque sabes que el mismo Jesús dijo que de nada vale decir “Sí te sigo, mientras tomas el arado y ves hacia atrás”. Que es Él quien dice que vale la pena perder -y gastar la vida- antes que ganarla para uno mismo (Marcos 8, 36). Y eso tampoco te desagrada tanto.
¿Y dónde queda la pareja? ¿La novia o el novio? A quien seguramente amas mucho, pero que, ante las palabras de Jesús, eres capaz de pensártelo… ¿Qué pensará si le digo que esto me tiene intranquilo? ¿o que siento inquietud de seguirle, tal y como lo hicieron los discípulos? No olvides que Mateo nos dice en su evangelio que algunos por el Reino de los cielos eligen no casarse (Mateo 19, 11-12). Tranquilo, no serás el primero en hacer esto. Pero que de tantas cosas que has escuchado, siga resonando en tu interior, sí serás el responsable de darle seguimiento en tu vida. ¿Vas a seguir pensándolo?
Siendo realistas también, podría ocurrir que no te preocupen los otros o lo que tengas que dejar o sacrificar -como algunos le dicen-. Más bien, pienses en tí mismo, en tí misma, y digas: “Pero yo, yo, así como soy. Seguro hay otros mejores que yo”. Yo soy más bien de los que en lugar de presumir, como el publicano del evangelio, soy el que reconoce todo aquello que le hace falta y que no es capaz de dar o de hacer. Pues, precisamente, san Agustín es quien dice “Dios no elige a los buenos, hace buenos a los que elige”.
Pero, a todo esto, lo que más te esté cuestionando, probablemente, es por qué razón, motivo o circunstancia has llegado a plantearte algo así, de ese calibre espiritual: seguir a Jesús en la vida religiosa-consagrada, en la vida sacerdotal…, si tú nunca lo imaginaste ni lo pediste. Sencillo. Por la llamada cristiana que todos recibimos cuando somos bautizados en nombre de Dios.
Dios Padre, el bien llamado Todopoderoso, pero que también es todo amoroso y misericordioso. Él ha decidido tocar la puerta de tu corazón, de tu vida. Y está a la espera de que consideres esto, también, como un estilo de vida, para ti. Dios Hijo, el Verbo hecho carne que habita entre nosotros, incluso en nuestra vida, pensamientos, acciones y corazón. Sí, Él, que ha querido que seas consciente de que puedes sumar tu granito de arena en el Reino. Y el Espíritu Santo, el aliento de toda vida espiritual, el impulso de nuestra espiritualidad, el fuego que quema los corazones y las mentes y los hace “capaces de captar las cosas de Dios, para el bien de los demás”, como dice san Pablo (2Co 2, 12-15). Él que te ha dado el don de la fe, desde el bautismo y que ha venido a recordarte que sí hay razones por las cuales temer a un llamado a la vida entregada totalmente a Dios, pero que hay muchas otras razones por las cuales alegrarse y sentirse gozoso, que yo -ciertamente- no tengo por qué contante en estas breves líneas. Te animo, más bien, a que lo descubras por tí mismo.
Es que, hasta cierto punto, es comprensible que nos sintamos despojados de todo aquello que supone un estilo de vida así. Es normal. Pero como creyentes, como cristianos no debemos olvidar, no debes olvidar, que eres hijo o hija de Dios, que has recibido de Él la gracia para poder llevar a cabo todo aquello a lo que Él te invite. Se trata, en un principio, de confiar en Dios y en ti, pero más en Él, y saber que no serás llamado a nada a lo que no puedas responder. O como dijo Eduardo Verástegui en algún momento de su conversión -más comprometida a Dios-: “Ya no quiero soñar con mis sueños, quiero soñar con los sueños que Dios tiene para mí”. En definitiva, uno teme cuando algo realmente interesa…, y dime ¿cuánto te interesa Dios ahora?