La familia, mi vocación
17 junio, 2020Desde el vientre materno te amé.
23 junio, 2020“Enseña al niño el camino en que debe andar, y aun cuando sea viejo no se apartará de él.” Proverbios 22:6
“¡Vas a ser papá!”, fueron las palabras con que iniciaba esta etapa maravillosa y donde Dios me concedió una de las mayores bendiciones en la vida de un hombre. Esas palabras que hacían eco una y otra vez en mi corazón y me inflaban el pecho de orgullo traían consigo una gran responsabilidad: descubrir el profundo significado de ser padre.
En muchas ocasiones escuché que no existía un manual para ser papá y siempre la pasaba por alto dado que aún no lo era, pero llegó esta nueva etapa y, a pesar de vivir en una época en donde la información que tienes al alcance es prácticamente incontable, me sorprendió la poca información que existe para poder acompañar a los nuevos papás. No sé si era porque el rol de papá muchas veces está infravalorado o por el mal ejemplo de muchos; que de una u otra manera no pudieron llevar ese papel y dejaron una marca para los hijos casi imposible de borrar. La cuestión es que en la profesión de ser padre, primero recibes el título y luego cursas la carrera.
En mi caso yo quería vivir plenamente el maravilloso proceso de convertirme en padre. Y si bien es cierto que uno como hombre no tiene cambios fisiológicos tan evidentes como la madre, se lleva un proceso de maduración desde muchos aspectos. El primero que recuerdo fue tener un momento de interioridad donde me cuestionaba cómo estaba mi vida, mi fe, mi relación matrimonial y espiritual y cómo todo esto marcaría el camino hacia donde queríamos ir como familia.
Recuerdo perfectamente los primeros meses en donde mi esposa tuvo los famosos “achaques” y lo único que podía hacer era buscar que ambos se sintieran cómodos. Cumplía con el papel básico de todo padre proveedor, asegurarme que no les faltara nada, sin embargo, fui describiendo que ser padre es más que un proveedor. Por el contrario, en la misión de padre, como nos dice el papa Francisco: tiene que existir un acompañamiento, y este acompañamiento tiene que venir desde que está en el vientre materno. Entonces ¡que él te escuche! De la misma manera en que el bebé se acostumbra a escuchar el palpitar del corazón de la madre, pueda escuchar la voz de su padre que lo espera, lo ama y celebra cada paso hasta el parto.
Y el parto llegó. Un jueves frío a las 2:10 a.m. tuve en mis brazos a Samuel, el ser que tenía pocos minutos fuera del vientre ya se robaba mi corazón. Recuerdo salir con él en mis brazos y elevar la oración más sincera de agradecimiento. Había presenciado un gran milagro que aún veo reflejado todos los días en mi hijo.
Como papá primerizo quería que todo fuera perfecto, que nunca se lastimara, que no le faltara nada, estar ahí siempre, pero me era imposible por el trabajo. Poco a poco entendí que el papel paternal de protector no es tenerlo en una burbuja para que nada le pase, sino más bien acompañarlo. Aunque siendo sincero en más de una ocasión cuando Samu se enfermó, elevé una oración que tal vez, al igual que yo, muchos papás le hemos pedido a Dios: “lo que mi bebé sienta, me pase a mí”. Una oración que, aunque está mal, es sincera en la desesperación porque ellos estén bien.
Aún guardo en mi mente que en los primeros días de nacido existía la posibilidad de que Samu tuviera que quedarse unos días en el hospital debido a una pequeña afectación, muy normal entre los recién nacidos. Cuando me lo comentaron venía manejando y las lágrimas bajaban por mi rostro al pensar que tenía que entregar a mi hijo con tal de que mejorara. Inmediatamente reflexioné sobre el sentir de Dios al entregar a su propio hijo y no precisamente para sanarse, sino más bien para sanarnos a nosotros. Fue en ese preciso momento cuando por primera vez pensé en este sacrificio desde la perspectiva de un padre que ama y sufre. Y desde esta empatía el día de hoy puedo ser testigo una vez más del amor tan inmenso que Dios nos tiene y, a partir de ese amor, tener una nueva perspectiva de mi misión como padre.
En resumen, desde mi experiencia aún limitada de la paternidad, ser padre es estar atento a la transformación del amor. Pensar que el padre solo está para dar es incorrecto, ya que el amor de tu hijo te enseña a madurar y te hace ver de una manera muy distinta el amor que Dios nos da. Ser agradecido por cada día que pasa, ya que hasta que tuve un hijo y verlo crecer tan rápido día a día, le ha dado un nuevo valor al tiempo. Te hace madurar en tu oración, ya que pides a Dios que te conceda amor, paciencia y sabiduría, para poder entregar parte de la luz que Él nos da a nuestros hijos.
Ser padre me ha enseñado a: caminar con más fe, sabiendo que es imposible controlar todo, pero confiado en el amor perfecto; educar con amor, dejando que él descubra y experimente por su propio pie, escuchando y poniéndome en sus zapatitos; y el valor de estar presente, que a pesar del “corre corre” de la sociedad hay que detenerse para estar con ellos y regar esa plantita que va creciendo.
Ser padre me acercó más al amor de Dios. Ser papá es una maravillosa y caótica bendición.
Señor yo quiero ser cómo tú, porqué él quiere ser como yo.