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Debido a su talante inquieto, san Agustín recorrió durante buena parte de su vida los más diversos senderos. Agotó las posibilidades de los caminos que recorrió: estudiante, orador, maestro, filósofo, maniqueo, etc. Y fue precisamente en el límite de las posibilidades de estos caminos, donde se le dio ver la luz de un camino distinto, la verdadera senda de la felicidad, Cristo, el Camino.
La vida nos presenta día a día mil oportunidades para ejercer nuestra libertad. Y las pequeñas decisiones preparan las grandes opciones. Un caso sencillo de la vida real puede resultarnos muy esclarecedor. 🤔 Por ejemplo, cuando en el grupo de amigos nos ponemos de acuerdo para festejar el cumpleaños de Mateo. Después de considerar las distintas propuestas que se presentaron en el grupo de WhatsApp, se decide compartir el momento acudiendo todos a degustar una rica comida italiana al restaurante 🍝 “La Nonna”. Se elige de entre muchas posibilidades buenas la que se tiene como la mejor opción para la ocasión.
Ya estando en el restaurante, se procura un espacio cómodo y acondicionado al número de los que pudimos acudir al encuentro de amigos. Cuando se reparte a cada uno la carta o el menú con los distintos platillos de comida, se torna un momento crucial. Todos se ven sabrosos; 😨 ¿qué elegir? Para facilitar la decisión, se pregunta al que atiende aquello porque se considera importante contar con la mayor información posible. Incluso, habrá quienes añadan su parecer favorable o desfavorable sobre algún tipo de platillo; posiblemente también se recomiende la especialidad de la casa. Al final, se elegirá aquello que se tenga por la mejor opción.
Este ejemplo sencillo y cotidiano nos habla de la importancia de la implicación personal en el ejercicio de la propia libertad, para ir dando forma y concreción a la vida. 🎯 La vida, en sí, es un don, pero también conlleva la tarea de ir diseñando y dando forma al propio destino. Por la misma capacidad de libertad, el ser humano se constituye en autor de sí mismo. Al respecto, hay una anécdota de un escultor que viene muy a cuento a propósito de la tarea inaplazable que tiene cada uno ante su propia vida y destino.
Un escultor 🔨 contemplaba un tronco de madera noble que tenía delante y, entornando los ojos, descubrió en él, como al trasluz, una talla perfecta y luego otra y otra… en un desfile interminable. No eran seres imaginarios, no; eran reales: estaban allí dentro. Su oficio consistiría en rescatar aquellas criaturas liberándolas de su prisión de madera. Pero al tomar el cincel se sintió totalmente paralizado.
Desde el corazón de aquel tronco, millones de seres levantaban los brazos clamando por su liberación: salvar a uno era abandonar a muchos, pero no elegir era excluir a todos. Y ¿cómo renunciar a salvar a aquella única criatura que le era posible? Y sintió un estremecimiento, porque intuyó de pronto que el tronco era su propia vida; las figuras ocultas, los mil posibles modos de vivirla; y que él mismo debía elegir un único destino y tallarlo con sus propias manos.
🎯 Para hacer una elección real, bien pensada y sopesada, son necesarias al menos dos alternativas buenas, de entre las cuales una se posiciona como la mejor. El mismo san Agustín nos enseña, incluso desde sus mismos errores, que para hacer una buena elección hay que aprender el arte de la libertad, pues las pequeñas decisiones preparan las grandes opciones. He aquí el texto completo de su camino de discernimiento:
“Ahora solo a ti, Señor, te amo, solo a ti te sigo y busco, solo a ti estoy dispuesto a servir, porque solo tú eres Señor de mi vida; ya solo a ti quiero pertenecer. Manda y ordena, te ruego, lo que quieras, pero sana mis oídos para oír tu voz; sana y abre mis ojos para ver tus signos; destierra de mí toda ignorancia para que te reconozca a ti. Dime adónde debo dirigir la mirada para verte a ti, y espero hacer todo lo que me mandes. Recibe, te pido, a este tu fugitivo, Señor, Padre clemente; basta ya con lo que he sufrido; basta ya de recorrer caminos errados seducido por tu enemigo, hoy puesto bajo tus pies; basta ya de ser juguete de las apariencias falaces.
Recíbeme, Señor, de una vez como siervo tuyo, pues vengo huyendo de tus contrarios, que me retuvieron consigo sin pertenecerles, cuando vivía lejos de ti. Ahora comprendo la necesidad de volver a ti; ábreme la puerta, porque estoy llamando; enséñame el camino para llegar hasta ti. Solo tengo voluntad; sé que lo caduco y transitorio debe despreciarse para ir en pos de lo seguro y eterno. Esto hago, Padre, porque esto sólo sé y todavía no conozco el camino que lleva hasta ti. Enséñamelo tú, muéstramelo tú, dame tú la fuerza para el viaje” (San Agustín, Soliloquios I,1,5).