Un mismo amor, un mismo espíritu y un único sentir.

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Tener los mismos sentimientos de Cristo en la vida sacerdotal

Ser sacerdote es un don 🎁que no se puede merecer, sólo vivir y entregar. Ninguno que se haya donado a la vida sacerdotal por otra razón que no sea Jesucristo podrá ser verdaderamente feliz. Y para alcanzar dicha plenitud, el sacerdote está sostenido por la acción del Espíritu Santo, que lo va modelando hasta adquirir los mismos sentimientos de Cristo (Fil 2,5).

Los modos de amar a Dios son infinitos y los caminos que conducen a Él son innumerables 🚶‍♂️. Pero hay uno en particular donde el misterio de amor vence al hombre y lo busca con particular atención. Es el camino de quien únicamente por el Reino es capaz de venderlo todo y correr detrás de la voz del Amor.

Ser sacerdote es un don que no se puede merecer,

sólo vivir y entregar

Dios se da sus tiempos y sus modos para atraer al ser humano. De hecho, quiere ser encontrado especialmente por aquellos cuyos corazones son inquietos, deseosos de algo más, ansiosos de sentido y verdad, con fiebre de servir y darlo todo. Por eso, Dios se resiste a que el hombre viva sin Él y durante toda su vida le sale al encuentro de muchas formas, entre ellas, una muy particular: la vocación sacerdotal.

El sacerdote está en lo más profundo de Dios; es amado con un corazón divino, aunque sólo pueda responder con sus fuerzas humanas. Como el santo cura de Ars, el día en que hemos sentido el llamado hemos llegado a decir con emoción y temor: “Me postré consciente de mi nada y me levanté sacerdote para siempre”. Esta certeza se da solo cuando comprendemos que somos hijos amados, que desde nuestra humanidad hemos sido elegidos por el Sumo y Eterno sacerdote: Jesucristo.

Pero este ministerio no se puede llevar de cualquier manera. No se recibe la ordenación sacerdotal para presumir de ella y utilizarla a nuestro antojo. Es un don que no nos pertenece, sino que nos ha sido confiado para comunicar al mundo la presencia de Dios y la cercanía de un Padre amoroso hacia todos sus hijos.

Por eso, si te sientes llamado a servir en la vocación sacerdotal, deja que tu corazón vaya tomando la forma de los sentimientos de Cristo, teniendo un mismo amor, es decir, no buscando otra pertenencia más que la de Dios mismo, que nos ha elegido. Vive en la sintonía del Espíritu de Dios que nos hace llamar Padre a nuestro Dios. Y con un único sentir, esto es, con el afecto unificado, integrado y libre para amar y dejarse amar dar la vida por amor.

Los sentimientos de Cristo que deben ir madurando en nosotros son:

🎯Vaciarse de sí. Como lo hizo Jesús quien, a pesar de su condición divina, no hizo ningún alarde de ser igual a Dios. Tenemos una guerra declarada por parte de la soberbia que nos mueve a hincharnos y preciarnos de ser y saber, de tener y controlar. Vaciarse de sí mismo es el ejemplo que Cristo nos ha dado para liberarnos de toda pasión inútil y llenarnos sólo de Dios.

🎯Tomar la condición de esclavo. Entendida como el proceso de descenso que llevó a Jesús a declararse como uno de tantos y asumir la encarnación como un acto de amor y condescendencia que nos revela un Dios cercano. Jesús, el Buen Pastor, es la cercanía de Dios que escucha y comprende las miserias humanas y desea romper toda estructura que pretenda dominar y someter al hombre.

🎯Humillarse y ser obediente. Es una de las decisiones más contradictorias en el modo de vivir actual del hombre, pues nadie quiere sentirse menos ni dejar de moverse por sus propios criterios. La obediencia de Jesús al Padre define toda su existencia hasta el extremo de la Cruz. De la sorpresa y del asombro de ser amados por lo que somos, nace nuestra experiencia de pequeñez, nuestra nada ante Él.

En fin, tener los sentimientos de Cristo nos lleva a liberarnos de todo deseo esclavo que quiera una vida sacerdotal demasiado cómoda, arribista o superficial, y recuperar la belleza de la consagración y el fuego de nuestra llamada. Es la manera como Dios toma el lugar que le corresponde y Cristo se hace protagonista en nuestra historia.

Si te sientes llamado a la sacerdotal, deja que todo en ti comience a dar gloria a Dios, que tu espíritu esté guiado por la humildad de Jesús, que tu sentir te mueva al deseo continuo de adoración al Padre y que tu amor viva de la gratuidad a Dios, de quien recibimos toda bendición.