La valiente dojuku

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«En sus sufrimientos, su amor e imitación de Jesús alcanzó su cumplimiento, y su configuración con Él, el único mediador, fue llevada a la perfección». Con estas palabras en la misa de su canonización, el Papa Juan Pablo II reconocía el valor de la entrega de esta mujer terciaria agustina recoleta, que con solo 23 años selló su unión a Cristo, al derramar su sangre por no renegar de su fe.

La de Santa Magdalena de Nagasaki es una historia de amor a Cristo y de entrega absoluta a la fe, ya que, en el Japón del siglo XVII, mantener la fe cristiana y profesarla era declararse enemigo del gobierno, ser perseguido por las autoridades y, por lo tanto, estar condenado a morir. Todo esto, sin embargo, no fue motivo para que esta joven catequista encarara decididamente su compromiso cristiano.

Magdalena era hija de nobles y fervientes cristianos. Cuando aún era muy joven, su familia -sus padres y sus hermanos- fueron condenados a muerte y martirizados por su fe.

La Providencia divina quiso que ella se tropezara en su camino con dos frailes agustinos recoletos: Francisco de Jesús y Vicente de San Antonio. Muy pronto se siente atraída por la profunda espiritualidad de ambos misioneros y por ello abrazará el carisma recoleto profesando en la Orden Tercera de los Agustinos Recoletos; vistiendo el habito de los terciarios y comprometiéndose a enseñar la fe como catequista.

La oración, la lectura espiritual y el apostolado entre las personas marcaron sus señas de identidad. Animada por el carisma agustino recoleto, pedía a los comerciantes limosna para los pobres y visitaba enfermos. Sin embargo, tanto bien no podía pasar desapercibido. La caridad y la devoción la delataron como cristiana y sufrió persecución como sus padres. Pese a ello, Magdalena continuó firme y arraigada en su fe.

Inicialmente se refugió en las montañas de Nagasaki junto a centenares de cristianos y sus padres espirituales, los misioneros agustinos recoletos Francisco de Jesús y Vicente de San Antonio; pero un día los dos religiosos fueron delatados y apresados. Esto, sin embargo, no asustó a la joven terciaria, sino que la llenó de valentía, y “sustituyendo” a los sacerdotes alentaba a sus hermanos a mantenerse firmes en la fe, asistía a los enfermos, bautizaba a los recién nacidos y visitaba a los encarcelados para llevarles la palabra de Dios y la Eucaristía. Sin embargo, la persecución encrudecía y muchos cristianos por miedo, preferían apostatar de creer en Cristo antes que morir. Ante esta situación, Magdalena con ánimo de sostener la fe vacilante de los cristianos, se presentó ante las autoridades con su hábito de terciaria agustina recoleta, declarándose como cristiana.

Al ver el valor de esta joven, los jueces le prometen un matrimonio ventajoso o la liberación de la tortura si apostataba, pero Magdalena no se echa atrás y da un paso más reafirmándose en el seguimiento de Dios, decidida encarar sin miedo el martirio. Sus biógrafos cuentan las atrocidades que sufrió durante los días de la prisión y pareciera increíble que una joven pudiera soportar tan grandes tormentos, sin renegar de su fe: fue atada con una cuerda por los pies y suspendida en una fosa por más de trece días casi herméticamente. Ella, sin embargo, no dejaba de cantar himnos a Dios y y de gritar jaculatorias a Jesús y María. Finalmente, muere ahogada después de que una tormenta inundara la fosa. Sus verdugos quemaron su cuerpo y las cenizas las tiraron al mar para que no fueran veneradas por los cristianos.

Nuestra joven mártir fue beatificada en 1981 y canonizada seis años más tarde, el 18 de octubre de 1987 por el Papa Juan Pablo II, junto a los otros 15 mártires de Japón. Su testimonio de entrega total a Cristo, hasta donar su vida, nos enseña la radicalidad de su seguimiento. En esta nueva era de la historia en la que el Evangelio fuerza por prender en el corazón agitado de la humanidad, resuenan con fuerza las palabras del Evangelio: El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí causa la salvará (Lc 9. 23-24).

Dojuku: En principio, son los jóvenes que están al servicio de los bonzos en los santuarios. En el ámbito cristiano, son jóvenes nativos que se ponen a disposición de los sacerdotes para ayudarles en la predicación y el apostolado. En palabras actuales serían los catequistas.