Hagan lo que él les diga…

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De las pocas palabras de María conservadas en el Evangelio, éstas son las últimas: «Hagan lo que él les diga». Conocemos muy bien el contexto: unas bodas en Caná de Galilea, donde participaba junto con Jesús. El vino se acaba y ella, atenta a la situación, intercede ante su Hijo para que él haga algo a favor de la joven pareja. Ante la extraña respuesta de Jesús: «Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2, 4) ella, con intuición de Madre, simplemente le dice a los sirvientes: «Hagan lo que él les diga» (Jn 2,5). Y todos sabemos lo que sucedió después…

En estas palabras tan sencillas y a la vez profundas de María, quiero detenerme en esta reflexión, porque considero que más que una orden son el consejo de alguien que confió siempre en la Palabra de Dios: «Dichoso quien confía en el Señor, pues el Señor no defraudará su confianza» (Jr 17,7). Es más, creo que ellas encierran en sí mismas todo lo que fue su vida: hacer la voluntad de Dios. «Hágase en mí, según tu Palabra» (Lc 1,38). María invita a obedecer a su Hijo, porque ella obedeció, invita a confiar porque ella confió, son palabras de esperanza porque siempre esperó en el Señor.

Pudiéramos decir, también, que  son el “testamento de María” porque aunque estaban dirigidas a los sirvientes de aquella boda, son palabras dirigidas a los hombres y mujeres de todos los tiempos; a todos aquellos que quieran configurar verdaderamente su vida a imagen de la de Cristo: «Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando» (Jn 15,14).  De igual forma, me atrevo a afirmar que estas palabras se convierten en la “misión de María”: conducir a todos los creyentes a la identificación con Cristo, quien también supo hacer en todo momento la voluntad del Padre.

Por otra parte, María es Madre del “Consejero admirable”, como lo llama el profeta Isaías (Is 9,5). Su vida, cubierta por la sombra del Altísimo desde el momento de la Encarnación y guiada por el mismo Espíritu que la había fecundado, se convierte en una fuente admirable de discernimiento, madurado en el silencio y en la interioridad, de quien sabe guardar todo en su corazón (cf. Lc 2,19). Jesús, Palabra encarnada del Padre, que habló siempre con autoridad, hizo participe a su Madre de este gran don del consejo, para que también Ella supiera guiar a muchos por el camino que conduce a la Vida. 

María con su propia “experiencia vocacional” tiene la autoridad para aconsejar qué hacer, especialmente en los momentos de crisis (como en las bodas de Caná). Es por ello que, cuando se inicia un camino de discernimiento vocacional, un proceso de respuesta ante una llamada por parte de Dios, lo primero que debemos recordar es el consejo de María: «Hagan lo que él les diga»; que no es otra cosa que abrirse al don el Espíritu y permitirle a Dios hacer su obra en cada uno. No olvidemos que antes de llamar a alguien, Dios primero lo elige y lo elige porque lo conoce y lo conoce porque lo ama; y lo ama por es hecho a su imagen y semejanza.

La vocación de María, discernida en el silencio, iluminada por la Palabra de Dios, fortalecida y orientada por el Espíritu, se convirtió en un Amor encarnado, que trajo al mundo la felicidad verdadera, la salvación y la vida. Su sí, como respuesta a la voluntad divina, está motivado sólo por su amor a Dios y se constituye en modelo del sí de la Iglesia. Por esta razón podemos afirmar, también, que ella es Madre y Formadora en el amor, porque sin amor es imposible emprender el camino de la vocación. Como respuesta al amor que Dios nos tiene y por el cual nos llama, le seguimos. Ese camino debe ser orientado – aconsejado – por quien se ha dejado amar y es capaz de amar hasta el extremo.

María, en la Advocación de Madre del Buen Consejo, bien pudiera ser la patrona de todos los formadores y acompañantes; quienes necesitan el don del discernimiento y el don del consejo, para saber acompañar y orientar el “ardor del corazón” con el que un joven se aventura a dar el paso y a responder a la llamada de Dios en su vida; pero sobretodo a mantenerlo encendido, como la Madre mantiene en brazos a su Hijo.

Al contemplar la imagen de María, Madre del Buen Consejo, y ver a Jesús sujeto a su cuello con la mirada fija en los ojos de su Madre (en actitud de aferramiento), dejándose aconsejar por ella y con la seguridad de que en su regazo nada malo le sucederá, pienso en los jóvenes que se “aferran” a un ideal superior como es la vocación y al consejo prudente de quien va adelante en el camino, guiando el curso del sendero para que llegue a buen fin.

«Hagan lo que él les diga», es será siempre el consejo de María, para todos aquellos que buscan el sentido auténtico de la vida, con el deseo de que sus pasos no sean en falso y sus metas sean cada vez más una realidad. Al honrar a la Virgen del Buen Consejo imploremos de Dios el don del Consejo para que nos haga comprender lo que a él le agrada, y nos guíe en todas las circunstancias de la vida.