Canta y camina…

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Toda la vida del cristiano es un caminar en la fe hacia la patria común, el cielo. En ese continuo caminar de nuestra existencia humana vamos experimentando momentos de alegría y de dolor que hacen al camino. San Agustín nos invita a caminar, es decir, a no detenernos en la marcha, a avanzar y cantar.  Todo peregrino canta mientras va de camino, el canto ahuyenta, por así decir, el cansancio propio del que camina, alivia la fatiga y el dolor acrecentando la alegría de ser caminantes.

Para Agustín «cantar es propio de enamorados». Estas palabras suyas adquieren mayor sentido al enmarcarlas en el camino hacia el cielo. Caminamos en dirección hacia el Amado y esto es motivo de alegría. Vamos al encuentro de Aquel que nos ama.  Vamos juntos con «una sola alma y un solo corazón en dirección hacia Dios». Caminamos como peregrinos, pero peregrinos enamorados.

Caminamos movidos por la fe de lo que aún no vemos, la esperanza del reencuentro de los que ya llegaron y la caridad recíproca del que nos amó primero, que nos llama y nos espera al final del camino. El canto agustiniano nace del amor, se alimenta por medio de la fe y se sostiene por la esperanza.  Cantamos pero no solos, nos unimos a los que cantan en la Patria.  Nuestro canto es canto de fraternidad que une cielo y tierra en un gran abrazo que no rompe ni siquiera la muerte. Es un canto de esperanza, por eso aun cuando cantemos en medio de las penas y pesares cantamos anticipadamente la felicidad que nos aguarda. Es el canto del corazón que tocado por el amor divino entona notas de caridad. Porque quien se sabe amado no pude menos que no amar. Hemos nacido del Amor, de su costado abierto. Somos hijos de la Pascua, por eso cantamos y avanzamos en el camino.

Canta y camina”, nos repite San Agustín, para recordarnos que en la meta nos espera junto a nuestros hermanos de arriba para cantar juntos «el aleluya sin fin.