¿Vale la pena la vida religiosa?

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Dentro de una sociedad mediática, liquida, light y que siempre va con mucha
velocidad, en referencia al asunto de ser religioso hoy quizás pueda decir alguno que ya
hemos pasado de moda, o que no somos necesarios en esta sociedad. Sin embargo, el
religioso o, en general, la vida religiosa en todo momento de la historia ha sido capaz de
responder a las necesidades del mundo de su vertiente religiosa. De ahí que ayer, hoy y
siempre no ha de faltar el religioso que consagrase su vida para el bien de la humanidad.
Dios en todo momento se ha valido de estos hombres y mujeres que, a través de un
discernimiento, respondan a los signos de los tiempos en un momento y cultura
concreta.

La pregunta que se puede hacer un joven hoy es: ¿Vale la pena ser religioso? O
¿Qué sentido tiene consagrarse a Dios en castidad, pobreza y obediencia? Estas y
muchas otras preguntas nos hacen los jóvenes hoy. Algunos ciertamente nos ven con
admiración, pero también se manifiesta: este estilo de vida no es para mí. Tampoco
faltan quienes ven esta vida nuestra como una pérdida de tiempo.
Ante estas realidades e interrogantes, les diremos primeramente a los jóvenes de
hoy que sí vale la pena consagrarse a Dios; que nuestra opción no es perder el tiempo;
que nuestra forma de vivir es nada más y nada menos que empeñar la vida por este fin:
somos religiosos, porque remarcamos el sustantivo “vida”, y no en el adjetivo
“religioso”. Hemos preferido la vida religiosa capaz de responder siempre y en cada
lugar dar vida donde pareciera que imperaba era la muerte. Efectivamente, donde hay
un religioso hay vida. Donde hay una comunidad de hombres y mujeres consagrados
surge la vida, surgen cosas nuevas. Y no por ser especiales o superhéroes, sino porque
siendo personas frágiles y pecadoras, hemos sino llamados por Dios para responder de
una forma especifica, en una sociedad determinada y en un tiempo preciso arriesgando
la vida por los demás. Este es el sentido de nuestra entrega como religiosos: dar la vida
para generar vida donde te ha puesto Dios.

Con la fuerza del Espíritu, hemos aprendido los religiosos a existir y encontrar
nuevas maneras que realmente ayudan a existir aportando nuevas vidas. Nuestro ser
religioso no se mide por número, ni se distingue por el hábito, ni por las obras sociales
que desarrollamos, sino por el proceso de vitalidad. Es como una manera alegre de amor
expresada en los hermanos. Todos los consagrados somos llamados a ser maestros de la
sabiduría del corazón. Además en los lugares donde nos encontramos, ahí encontramos
a Dios. Por otra parte, Nuestra vida de seguimiento a Jesús no es una decisión tomada
únicamente en el momento en la profesión, sino que ha sido una elección de todos los
días. A Jesús, en efecto, no se lo encuentra virtualmente, sino que se lo descubre en la
vida, en los momentos de cada jornada. Por ello, debemos acogerlo todos los días; él ha
de ocupar el centro de nuestra vida. Recordemos las palabra del Papa Francisco: “Al
Dios de la vida hay que encontrarlo cada día de nuestra existencia; no de vez en cuando,
sino todos los días”.

Para finalizar, solo me queda animar a los jóvenes a que no teman entregar su
vida al servicio del evangelio. Vale en verdad la pena ser religioso, puesto que somos
generadores de vida. Nuestra única opción es la vida, porque el dueño de la vida es
quien nos ha llamado para que seamos propagadores de la vida de Dios entre nosotros.
Estamos inmersos en una cultura a la que san Juan Pablo II denominaba cultura de la
muerte. En medio de esta cultura, Dios te llama para que nosotros seamos jóvenes que
apostamos por la vida, la justicia, la paz, el amor…; para que depositemos en la vida ese
espíritu de las bienaventuranzas que son la herencia que hemos recibido de Jesús, que
nos invita a ser continuadores de su misión en este momento de la historia.

Con el propósito de animar a todos los jóvenes de hoy, deseo recordar las palabras con que Benedicto XVI finalizaba su primer discurso como Papa: “¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se entrega a él recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida.