Una voz que grita en el desierto…

Profetas aquí y ahora
1 diciembre, 2020
– palabras + obras
16 diciembre, 2020
Profetas aquí y ahora
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Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino; voz del que grita en el desierto: “preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos” (Is 40,3).

La liturgia de la Palabra de Dios en este tiempo de Adviento, reflexiona en la figura de uno de los grandes profetas de la Sagrada Escritura, Juan el Bautista, llamado por el mismo Jesús «el más grande entre los nacidos de mujer» (cf. Mt. 11,11). Su ayuno, su ascetismo y su oración en la soledad del desierto, son un estímulo para los que quieren acoger al «Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). Su mensaje, invitando a la conversión del corazón, capaz de dar verdaderos frutos de arrepentimiento, le indicaban al pueblo de Israel que el Reino de Dios se había acercado nuevamente a los hombres, y las promesas de los antiguos profetas se habían cumplido.

El papel del precursor de Jesús es muy preciso: preparar los caminos del Señor (Is 40,3), dar a su pueblo el conocimiento de la salvación. El conocimiento de esa salvación provoca en él la acción de gracias, la bendición, la proclamación de los beneficios de Dios que se expresa por el «Bendito sea el Señor, Dios de Israel» (Lc 1, 68). El sentido exacto de su papel, su voluntad de ocultamiento, han hecho del Bautista una figura siempre actual a través de los siglos. Cada año la Iglesia nos hace actual el testimonio de Juan y de su actitud frente a su mensaje. De este modo, Juan esta siempre presente durante la liturgia de Adviento. En realidad, su ejemplo debe permanecer constantemente ante los ojos de la Iglesia. La Iglesia, y cada uno de nosotros en ella, tiene como misión preparar los caminos del Señor, anunciar la Buena Noticia[1].

El tiempo del Adviento es, también, una gran oportunidad para reflexionar en lo que significa la elección (llamado) de Juan el Bautista. Su alumbramiento, tan lleno de acontecimientos sobrenaturales, fue motivo de gran asombro para la gente que rodeaba el hogar de Isabel y Zacarías, al punto que se preguntaban “¿Qué va a ser este niño?” (Lc 1, 66). Aunque el relato evangélico sigue los rasgos comunes de los nacimientos milagrosos en el Antiguo Testamento:  anuncio del nacimiento por un ángel, esterilidad de la esposa antes de la intervención divina, profecías y anuncios sobre el futuro recién nacido, palabras u obras maravillosas del infante, etc., lo que verdaderamente importa, es lo que el mismo Lucas añade en el versículo 66: «Porque la mano del Señor estaba con él».

Discernir con detenimiento la vocación, no es otra cosa que sentir “la mano de Dios en la vida de la persona”; un Dios que ama, que elige y que llama. Pareciera increíble que desde siempre ya Dios ha pronunciado el nombre de cada persona; el mismo que piensan los padres para el hijo o la hija que va a nacer. Es como si él mismo se lo susurrara al oído y les dijera: “este fue el que yo elegí”. El nombre da identidad a una persona, la hace autentica. Para Dios somos alguien no algo. Sabe a quien llama porque lo conoce y lo ama; y pronuncia su nombre.

El Bautista acepta su vocación, su elección, su llamado. Desde el vientre materno de Isabel, había dicho sí al plan de Dios, aunque no lo supiera. Su nombre, “Juan” (favorecido por Yahvé) era ya un signo claro de su elección; era él y no otro. El mismo Zacarías lo confirma cuando escribe su nombre, anunciado ya antes por el ángel.  Este es el misterio del llamado del que todos participamos por el solo hecho de haber sido creados; misterio que jamás se podrá entender en su totalidad, y que realiza plenamente la vida de la persona que lo acoge como un don de Dios.

No tengamos miedo de decirle sí a Dios cuando escuchemos su voz; cuando pronuncia nuestro nombre. Mucho antes de eso ya nos había elegido, porque desde siempre nos ha amado.  Cada uno de nosotros hace parte de un proyecto admirable, no somos producto de la nada. También en cada uno de nosotros se realiza una misión semejante a la de Juan. En cierto sentido, cada uno de nosotros es un precursor, es un hombre o una mujer que va delante en el camino de la Redención. Todos estamos llamados, al igual que el Bautista, a realizar, a llevar a cabo nuestra misión[2].

En estos días en que nos estamos preparando de una forma más intensa para el Nacimiento de Nuestro Señor, les invito a preguntarse ¿Hasta qué punto valoramos la misión que se nos encomienda? ¿Sabemos apreciar el don que hemos recibido?


[1] Cf. https://www.aciprensa.com/recursos/juan-bautista-figura-de-preparacion-1753.

[2] Cf. https://es.catholic.net/op/articulos/4364/cat/306/la-mision-de-ser-precursor.html#modal.