Ser madre: semilla de vocaciones

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Dijo María: “Yo soy la servidora del Señor, hágase en mi tal como has dicho” Lc 1:38

Estas fueron las palabras cuando María dijo “sí” al llamado de Dios, si estas palabras se hacen propias en el momento en que una mujer se entera de su embarazo, la maternidad se convierte en una vocación a Dios.

Soy madre de un niño llamado Agustín, llevo casi 6 años viviendo de forma plena la maternidad y en esta vivencia he ido descubriendo cómo esta es un llamado a servir a Dios.

Tengo la certeza que Dios me eligió para esto, antes de nacer mi hijo tuve algunas experiencias que, visto desde de la fe, signos que despertaron en mí más que un deseo que yo realmente quería vivir, algo que me marcó fue el nacimiento de mi primer sobrina, cuando la tuve en mis brazos por primera vez, vi en sus ojos un brillo especial y supe que quería ser madre, no en ese momento pero sí más adelante, también tuve experiencias en las cuales me cuestioné este llamado, incluso discernir si era lo que en verdad quería. Ello me llevó a comprender la maternidad como un llamado que trasciende incluso lo humano y te ayuda a percibir, en cierto grado, el amor incondicional de Dios hacía nosotros, sus hijos.

Así he ido viviendo el ser madre, ese espacio tan cotidiano llega a ofrecer experiencias que me han ayudado a crecer y darle a la vida un nuevo sentido.  Hablar de esa relación madre e hijo como un milagro de vida enfocándose solamente en el momento de parto es quedarse cortos, el milagro se vive día a día, porque el estar ahí en el desarrollo de mi hijo me ha enseñado que todo eso representa la vida: amor, servicio, entrega, crecimiento, sufrimiento, cansancio, límites, etc.

En ese ámbito que se considera doméstico he aprendido que también ahí se es Iglesia, las vivencias y sobre todo ese vínculo tan cercano me dan la oportunidad de formar mi hijo con principios cristianos, a que conozca la Palabra de Dios, las enseñanzas de Jesucristo y de conocer y poner en práctica valores que dignifican a todo ser humano con la ventaja de que es cada día, pero al final ese es el sentido de la vocación, el estar ahí en esos momentos e incluso en los momentos en que las cosas no sean tan fáciles, porque ser madre es sinónimo de un amor tan grande e incondicional que va de la mano con la perseverancia. En mi caso, he visto ese ejemplo en Santa Mónica, madre de un hijo de tantas lágrimas, que tal vez no tengamos la vivencia tal cual, de ella con San Agustín, pero pienso que para cada madre sus hijos también serán hijos de lágrimas cuando se enferman, cuando no hacen caso, cuando las decisiones que tomen no sean correctas o hasta en esos momentos en que una madre no esté con su hijo presente, pero a la distancia se preocupa por él.

Para mí ella vivió su vocación de forma entregada, con amor, con fe y perseverando, ella siempre confió en Dios, a pesar que su hijo Agustín muchas veces se alejó del camino e incluso fue desafiante; a pesar de todo, ella estableció una relación con Dios inquebrantable: “ya un poco más alegre con la esperanza que tenía, pero no menos solícita en sus lágrimas y gemidos, no cesaba de llorar por mí en tu presencia en todas las horas de sus oraciones” (Conf 3,20).

¿Cómo podría resumir la experiencia de maternidad como vocación? Entrega a Dios, tanto de mi vida, como la vida de mi hijo, porque en cada momento, en cada gesto de Agustín y en lo que aprendemos, ahí veo la presencia de Dios, y si Él se manifiesta en mi vida y en la vida de mi hijo, yo le entrego cada vivencia que tengo como madre. En esta vocación, que elegí confiada y en la que he aprendido a poner mi fe, sé que de alguna forma estoy sembrando una semilla vocacional en mi hijo que en un futuro discernirá sobre su vocación y cómo quiere darse a Dios y a los demás, al final ser madre es una vocación que vista desde la fe es semilla para las otras vocaciones.

Vocación de fe, entrega y amor, elegir como María diciendo: “hágase en mi” para que se dé el más grande de todos los milagros: el milagro de la vida.

“La elección de vida de una madre es la elección de dar vida. Y esto es grande, esto es bello” (Papa Francisco, 2015).