El Corazón de nuestra Vocación
20 mayo, 2020Ser madre: semilla de vocaciones
23 mayo, 2020La Iglesia como Madre y Maestra, nos enseña a contemplar en los santos la imagen restaurada de Dios en el ser humano. Recordemos que por el pecado esa imagen se deforma y es la santidad de vida la que ayuda a restaurarla. Jesucristo, con su sacrificio en la cruz, restauró esta imagen en la humanidad, dejándonos su ejemplo para mantenerla y los sacramentos para embellecerla aún más. Los hombre y mujeres de nuestro mundo continuamente están siendo llamados por Dios a ello. Quienes escuchan su voz y aceptan la invitación, respondiendo a la llamada, entran en un proceso de transformación que empieza a perfeccionar sus vidas, casi de una forma imperceptible, pero duradero en el tiempo. Aceptan la gran invitación de Jesús: “sean perfectos, como su padre celestial es perfecto” (Mt 5,48), o como nos lo recuerda el Catecismo: «Todos los cristianos, de cualquier estado o condición, están llamados cada uno por su propio camino, a la perfección de la santidad, cuyo modelo es el mismo Padre.» (CIC 825).
Todos recibimos esa invitación. Es lo que en la actualidad hemos identificado con la palabra “vocación”. Es la llamada a la que respondieron muchos de los líderes del pueblo de Israel, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, y que lo vemos reflejado en la Sagrada Escritura, a lo largo de toda la Historia de la Salvación. Dentro de la historia del cristianismo, también lo vemos reflejado en la vida de quienes la Iglesia reconoce como santos. Entre ellos destacan algunos que después de una vida entregada al pecado, de un momento a otro, dieron un cambio radical, y se convirtieron en fieles discípulos de Jesucristo y propagadores de la fe; y otros que desde su nacimiento respondieron a la invitación de Dios a abrazar una vida de perfección. Es el caso de santa Rita de Casia, cuya historia vocacional es muy peculiar.
buscar la voluntad de Dios y vivir fiel a ella, en cada momento de su vida.
Normalmente los santos han alcanzado la perfección dando un gran “Sí” a la vida religiosa o sacerdotal, al matrimonio o a la soltería, y, una vez que aceptan esta primera invitación, cada quien asume, según lo propio de cada estado de vida, una misión que le ayuda a santificarse. En la caso de santa Rita, su vida estuvo marcada por varios “Sí”. El principal puede ser su sí a ser religiosa, pero ese sí muestra una realidad mucho mas profunda y esencial en su respuesta, el sí de Rita es: buscar la voluntad de Dios y vivir fiel a ella, en cada momento de su vida.
Santa Rita dice Sí a Dios, desde el bautismo, gracias su familia. Cuando el bautizado recibe la vestidura blanca se le dice que es signo de su dignidad de cristiano y que, ayudado por la palabra y el ejemplo de los suyos, debe conservarla sin mancha hasta la vida eterna. Rita seguramente recibió esta vestidura y la mantuvo a lo largo de su vida, gracias al ejemplo de sus padres, personas humildes y profundamente religiosas, que pusieron en ella el fundamento de la fe, por medio de la Palabra de Dios confirmada por el testimonio de sus vidas. El nombre que sus padres eligieron para ella “Margarita” (piedra preciosa), dice mucho de la percepción que tenían de su hija. Sus biógrafos resaltan que desde muy niña se interesó por la oración y se distinguía por su vida piadosa y caritativa. Su infancia y adolescencia transcurren con estas virtudes, las que le permiten empezar a reconocer la llamada de Dios a la vida religiosa.
Santa Rita dice sí a Dios, desde su matrimonio, gracias a su madurez en la fe, esperanza y caridad. En Rita se enciende el deseo de la vida religiosa, pero la voluntad de Dios aún no la quiere en este estado de vida. Obedeciendo a sus padres, cumpliendo su rol de hija, acepta contraer matrimonio. La misión en esta etapa de su vida fue alcanzar la salvación de su esposo y de sus hijos. Encarnó el contenido de la bendición que recae sobre los esposos el día del matrimonio: “Concede a tu hija el don del amor y de la paz, y la gracia de seguir siempre el ejemplo de aquellas santas mujeres que son alabadas en la Sagrada Escritura”. No cabe duda que Rita aprendió en su hogar con el amor y el ejemplo, de pacificadores, que recibió de sus padres, herramientas que le ayudaron a ganar la confianza y el respeto de su esposo, llevándolo a la conversión. Más tarde le permite alcanzar la salvación de sus hijos. A Rita no le importaba perderlos físicamente, si los ganaba para la eternidad, por eso pide a Dios que los llame a su presencia, antes de que vengaran la muerte de su padre, y Dios escucha su petición. Habla mucho esta etapa de su vida de la fe en Dios, su esperanza en la vida eterna y de la caridad hacia el prójimo, a pesar de las debilidades y limitaciones, cuando la naturaleza humana está alejada de Dios.
Santa Rita dice sí a Dios, en la vida religiosa, gracias a su amor incondicional: Libre ya de las ataduras de este mundo, y después de cumplir a la perfección su rol de esposa y de madre, Rita sigue fielmente la búsqueda de la voluntad de Dios. No se desanima, no pregunta a Dios por qué, simplemente sigue peregrinando con la mirada fija en la eternidad. Toca a las puertas de un convento y a pesar de la negativa de las religiosas de admitirla, ella persevera y se abandona en las manos quien hizo germinar en su corazón, con la fuerza del Espíritu Santo, la llama de la vocación a la vida consagrada desde su infancia, como se reza en la oración de consagración durante la profesión perpetua de una religiosa. Así de un momento a otro y de una forma milagrosa aparece dentro del convento donde seguirá ejercitando su sí a la voluntad de Dios. Guiada por el amor a Dios vence cualquier obstáculo que se interpone en su camino. Un amor, no de palabras, sino manifiesto en su sencillez de vida. Abraza la vida religiosa con humildad, paciencia, abnegación y libertad.
Santa Rita dice sí a Dios, en los sufrimientos de la Pasión, gracias su anhelo de santidad: La perfección espiritual que va viviendo le lleva anhelar una configuración plena con el Señor. Y como siempre es escuchada. Se le concede una espina de la corona de Jesús crucificado que llevará en su frente hasta el momento de su muerte. Esta experiencia mística la llevó no solo a experimentar el sufrimiento físico que generaba, sino sobre todo el rechazo, soledad, desprecio y humillación, que vivió el Señor. Esto le permitió configurarse en plenitud con quien buscó la voluntad del Padre por excelencia: Jesucristo, a quien elige como su único y definitivo esposo. Esa corona de sufrimiento le permitió ir ganando la corona de la eternidad, con que Dios premia a quien le sigue con fidelidad, de la que san Pablo hace alusión en sus cartas al decir: “esa corona de gloria que no se marchita”.
Hoy el ejemplo de Santa Rita puede iluminar el camino de quienes están discerniendo su vocación, a quienes les cuesta responder a Dios, porque no terminan de clarificar cuál es el estado de vida al que les llama. Ella nos muestra que sólo con decir sí a la santidad, Dios se encarga de llevarnos por los caminos de su voluntad hasta hacernos descansar en la Vida Eterna. Así que no tengamos miedo, aceptemos la invitación de Jesús a ser Santos, como lo hizo Santa Rita de Casia.