Fidelidad al Papa hasta la muerte

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El terrible frío ❄️ del invierno en Londres, con unos cuantos grados bajo cero, era solo una de las penas que tenían que sufrir los que se encontraba encarcelados en la terrible prisión de la Torre de Londres, junto al río Támesis. Además del frío, los malos tratos, la pésima alimentación y sobre todo la amenaza de una muerte segura ⚰️ en cualquier momento.

De esta misma lúgubre prisión habían salido hacia el suplicio, tres años antes, en 1535, san Juan Fisher, obispo de Rochester y confesor de la reina repudiada Catalina de Aragón, y santo Tomás Moro. Ambos habían derramado su sangre por Cristo, por ser fieles al Papa de Roma y a la Iglesia. Fr. Juan había sido llevado a esa pequeña y sucia celda después de haberse negado a firmar la aceptación del Acta de Supremacía, por la que se reconocía y proclamaba al rey Enrique VIII como cabeza de la Iglesia de Inglaterra.

☀️ Una mañana, después de que la comunidad había terminado los rezos, se oyeron unos sonoros golpes en la puerta del convento de los agustinos de Canterbury. Cuando el hermano portero fue a abrir, se vio literalmente embestido y casi arrollado por un piquete del ejército que venía con la orden del rey Enrique VIII de cerrar el convento y de obligar a firmar a todos los religiosos del convento, uno detrás de otro, con letra clara y legible, la aceptación del Acta de Soberanía, es decir el reconocimiento explícito de que la cabeza de la Iglesia de Inglaterra era el rey Enrique VIII.

Todos los frailes de la comunidad, ante el temor del suplicio y de la muerte terrible que estaba decretada para el que no firmara, mojaron la pluma en la tinta ✒️, y escribieron con mano temblorosa su propio nombre. Todos firmaron, menos John, que hizo honor a su apellido, pues como piedra (Stone), permaneció firme en la confesión de la fe católica. Fr. John recordaba que algunos frailes le quisieron persuadir para que firmara. Así alguno le dijo:
-John, no seas terco, este es solo un formalismo. Salvaremos la vida y seguiremos predicando la fidelidad al Papa y a la Iglesia católica universal. Lo que tienes que hacer ahora es escribir las nueve letras de tu nombre. Nueve letras de tinta que te pueden salvar de la muerte. ¡Vamos, no seas empecinado y firma, solo así salvarás la vida!

A esto Fr. Juan Stone le respondió:
-Hermano, mi vida ya está salvada, pues Cristo a todos nos salvó y redimió. Y firmar esta acta no es solo poner nueve letras, sino negar nueve veces a la Iglesia católica, la esposa de Cristo. Además no podría seguir predicando la unidad y catolicidad de la Iglesia teniendo en mi conciencia que no he sido capaz de defenderla en el momento de la prueba. Discúlpame hermano, pero no voy a firmar.

A frailes se les permitió tomar algunas cosas del convento y después se les obligó a abandonarlo. En cambio, a Fr. John le ataron las manos por delante y lo sujetaron con una cuerda a uno de los caballos 🐴 de los soldados, quien tirando de él, como si fuera un criminal común, se lo llevó caminando por las calles de la ciudad. Después para recorrer los noventa kilómetros entre Canterbury y Londres, lo metieron en un mal carro, como a un preso común. Una vez en Londres, fue encerrado en la fatídica Torre de Londres.

Todo un año estaría Fr. Juan en la torre de Londres, esperando el desenlace final. No obstante él sabía muy bien que cuando volviera a salir de la estrecha prisión en que se encontraba sería para ir a la muerte 🪦, por ello no dejaba de orar y de pedirle a Dios la fuerza para poder afrontar el martirio. Y Dios no lo defraudó, pues Fr. Juan recibió una serie de dones y gracias espirituales particulares.

Un día se abrió la puerta y Fr. Juan creyó que el momento había llegado. Pero no. Fue llevado ante Thomas Cromwell, consejero privado del rey. Éste trató de disuadirlo y de convencerlo de su error. No obstante Fr. Juan Stone, como señala su apellido, permaneció firme y sólido como una piedra en la fe en la Iglesia universal, una, santa, católica y apostólica. Al ver Cromwell que no podía convencerlo, fue condenado a muerte y llevado de nuevo a la prisión en la Torre de Londres.

Un año después de haber sido aprehendido y llevado a la cárcel, pasada la Navidad de 1539, fue sacado de la torre de Londres y llevado de nuevo a Canterbury, donde estaba el convento del que él había salido. El 27 de diciembre de 1539, muy temprano, lo llevaron por las calles de Canterbury, atado y tirado por un caballo. Era un espectáculo verlo vestido con su hábito negro, manchado y roto, recorriendo lentamente las calles de la ciudad, como lo había hecho antes muchos criminales comunes, ladrones, asesinos, estafadores. Mucha gente que lo veía pasar no podía contener las lágrimas 😭, pues veían a Fr. Juan a quien había conocido por varios años y cuyos sermones habían escuchado en la Iglesia y que ahora era llevado hacia la muerte.

Una vez que salieron de las murallas de la ciudad se dirigieron a lo más alto de una colina ⛰️. Ahí estaba ya preparado un estrado y una horca. A Fr. John le ataron las manos a la espalda y después de sujetar fuertemente la soga a su cuello, lo ahorcaron.

Posteriormente, siguiendo una inhumana costumbre de la época, en vista de que había sido acusado de traición al rey, fue descuartizado y sus restos fueron cocidos en una caldera. Se trataba de dar un fuerte escarmiento para que nadie abrigara la idea de pasarse a la Iglesia romana.

Cualquiera hubiera dicho que el final de Fr. John había sido terrible. No obstante, él había predicado su mejor sermón, pues su muerte había hablado de la fidelidad a la iglesia católica: cuando se muere por amor, la muerte es principio de vida, pues la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos.

Fr. Juan Stone fue beatificado por León XIII en 1886. Fue canonizado por Pablo VI el 25 de octubre de 1970, junto con otros treinta y nueve mártires ingleses que habían dado como él su vida por la fidelidad a la verdad y a la Iglesia católica.