Manifiesto de la “comunidad vocacional”
28 julio, 2019El valor del testimonio en la animación vocacional…
28 julio, 2019La pastoral vocacional no cosiste solo en actividades distintas para la orientación vocacional, aunque éstas sean necesarias, sino ante todo en acompañar procesos personales de iluminación de la identidad más profunda de las personas.
La mayoría de las personas ya no entendemos nuestra vida sin el internet. En el desarrollo del internet, se han creado varios y diversos cauces de interacción. El sistema de comunicación a través de las redes sociales se hace cada vez más sofisticado y, a su vez, conserva su estructura básica fundamental. Pues bien, en la actualidad internet es la forma ordinaria de comunicarse. Las personas somos comunicación y encontramos en las redes sociales un estilo nuevo de interacción, sobre todo los adolescentes y jóvenes.
Según se avanzaba en las comunicaciones a través de internet, los especialistas en el campo le dieron un nombre a las etapas por las que fue pasando. Así, se habla de la Web 1.0, la Web 2.0 y la Web 3.0. Es el mismo sistema, funciona con la misma lógica y usa las mismas herramientas, pero cada vez se hace más complejo y, a la vez, simple y práctico. En este sentido, internet nos vale como metáfora para hablar de la vocación de la persona como un proceso, un camino, un itinerario.
La persona es la misma a través del tiempo, pero a través de un proceso va desplegando competencias y habilidades que la hacen ser distinta. En el proceso personal de desvelamiento de la propia identidad profunda, me atrevo a hablar de tres aspectos básicos: un proceso personal, un proceso cristiano y un proceso carismático. De hecho, no se trata de tres procesos distintos, sino de un único proceso personal en el que intervienen la dimensión de la identidad personal, la identidad cristiana y la identidad carismática o vocacional específica. Y para explicarme mejor, me apoyaré en la imagen del desarrollo del sistema de internet.
Identidad personal o identidad 1.0. En un momento determinado del devenir de la historia vinimos al mundo en una familia concreta, en un lugar, una cultura, unas tradiciones, etc. Y ello, en parte, nos ha hecho ser lo que somos. Además, se ha ido abriendo paso en nuestra vida, incluso de forma inconsciente, un estilo, un temperamento, unos gustos y unas inclinaciones. El mismo ambiente social y las distintas relaciones de convivencia con las demás personas del entorno, han ido marcando y forjando también una forma de ser y un carácter.
No obstante, aunque intentáramos agotar todos y cada uno de los elementos que han ido marcando el trayecto de la propia vida, siempre queda un aspecto de misterio en la persona, asociado más bien a la libertad, el ingenio, la sensibilidad, etc.; somos, incluso, un misterio para nosotros mismos. Todo ello forma parte de la identidad base a partir de la cual la persona se construye y proyecta a sí misma.
Identidad cristiana o identidad 2.0. A la identidad básica y estructural de la persona le sobreviene, a modo de un maravilloso regalo, la posibilidad de vivirse desde la relación de amor y amistad con Dios. No son dos fuentes de identidad distintas, sino la única identidad personal que se va ensanchando y abriendo a la vida desde distintas claves, como es la fe. Y la fe no es algo que se mida o calcule, sino que se tiene o no se tiene, se confía la vida o no se confía la vida en manos de Dios. Y ya se haga de un modo o de otro, dicha opción tiene repercusiones y consecuencias fuertes para la persona sobre la comprensión de sí misma, el modo de vivir su libertad, las actitudes que cultiva, etc.
La persona que se dice cristiana asume que Alguien la pensó y la amó, y que por eso mismo vive y se mantiene en la existencia. Y que además, por el simple hecho ya de existir, tiene una misión importante e intransferible en esta vida, que tendrá que ir descubriendo poco a poco como camino de plenitud y felicidad. Dios mismo se hace su interlocutor a través de su Palabra. Ante esta iniciativa de Dios, toca a la persona responder con una actitud de obediencia, es decir, de escucha atenta a su invitación. Este diálogo entre Dios y la persona da origen a una relación única de amor. Y esta vida de unión con Dios no aísla a la persona, sino que la abre al grupo de los creyentes, la Iglesia.
En la base de la identidad cristiana, entendida como vida en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, se encuentra el bautismo. Dicho sacramento contiene y expresa la radical llamada al encuentro de la persona con Dios. El bautismo otorga una identidad al creyente; es como el ideal de vida a partir del cual la existencia de la persona viene continuamente construida, confrontada, corregida y dirigida a su mejor posibilidad: la plenitud en el amor. El dinamismo que confiere el bautismo al creyente constituye un verdadero itinerario de crecimiento en la fe, la esperanza y la caridad. En pocas palabras, somos cristianos para llegar a serlo del todo.
Identidad carismática o vocacional específica o identidad 3.0. La identidad carismática es la mediación existencial y concreta de Dios para cada persona, es decir, la llamada personal de Dios para ser de un modo determinado cristiano en el mundo y cumplir una misión de servicio y entrega. No consiste en que a la identidad cristiana sumemos otra identidad. Más bien nos referimos a que, según se avanza en la vida, la existencia cristiana se va concretando en un estilo muy particular, en un modo de vida que pone en juego la totalidad de la persona, sin ahorrarle nada. Se trata ahora de que la vida de Dios en la persona, vida propia del Espíritu Santo, sea vida que se vive y dé vida a otras personas.
Existe para cada discípulo de Cristo un modo de vivir existencialmente la vocación cristiana, que parte o arranca de una llamada muy personal. Para algunos cristianos es la vocación laical comprometida, para otros la vida misionera, o la vida matrimonial, o la vida religiosa, o la vida sacerdotal… Este camino personal tiene mucho que ver con la mediación vocacional que Dios regala a cada cristiano para que viva en concreto el amor, la fe y la esperanza como discípulo misionero de Jesucristo en el mundo.