GRACIA


Lunes IV de Adviento

Escuchemos a san Agustín

«De la gracia de Dios se alejan los soberbios para caer y se llenan los humildes para levantarse».

Ciudad de Dios 17,4,2

Reflexión

Arturo es de los que cree que siempre hay un libro que te puede ayudar a hacer lo que sea. Cierto día se le descompuso la lavadora, se fue a la biblioteca y buscó la palabra “lavadoras” y encontró un manual de reparación, lo leyó y logró arreglar su lavadora. Otro día estaba muy triste y fue nuevamente a la biblioteca, buscó un libro de chistes y se le alegro el día.

Un día caminaba por la calle, dándose un paseo, y vio a una niña llorando al lado de un árbol seco y le preguntó por qué lloraba. La niña le dijo que se había secado el árbol que plantó su mamá el día en que ella había nacido. Arturo le dijo: “no te preocupes, yo te ayudaré”.

Él ni lerdo ni perezoso, muy seguro corrió a la biblioteca e indagó el término “árboles”, y, claro, encontró una guía que con pelos y señales describía el cuidado que se les daba a los árboles. La leyó detenidamente y se dio cuenta que no decía nada de revivir árboles. Buscó de nuevo y encontró un libro de botánica que decía: “si el árbol se secó lo mejor es quitarlo y plantar uno nuevo”. Él sabía que no era la respuesta al problema de la niña que lloraba. Registró todo el fichero de la biblioteca, rebuscó y leyó mucho pero no encontró lo que indagaba.

Estuvo varios días buscando cómo curar el árbol y el corazón de la niñita y no pudo. Un día volvió al árbol con la firme intención de encontrar a la niña y pedirle disculpas. Al llegar, un anciano cuidaba una hoja verde que salía del tronco seco del árbol. Se acercó y le dijo: “Ese árbol está muerto, no pierda su tiempo”; y se marchó riéndose del anciano y de la hoja del árbol muerto. En su corazón triste pensaba: “pobre niña”.

Pasadas unas semanas Arturo volvió al mismo lugar a ver si encontraba a la niña. Acercándose al árbol, se asombró sobremanera. El tronco seco había reverdecido, ¡tenía vida y muchos frutos! Se emocionó y le preguntó al anciano que descansaba bajo el árbol: “¿cómo era posible? Él había leído que un árbol seco no reverdece”.

El viejo sonriendo le dijo: “Joven, has buscado en el libro equivocado. No todas las palabras que leemos son la verdadera y definitiva Palabra”. Arturo estaba atónito, no lo podía creer. El anciano continúo diciendo: “Joven, la Palabra que yo te digo es muy fácil de investigar y está en el fondo de tu corazón; esa Palabra es Dios y sólo su amor es capaz de dar vida a los que creemos”.

Fr. Alfonso Dávila, OAR

Para pensar

  • Escucha, guarda y vive. La palabra de Dios debe ser escuchada con atención, guardada con celo y vivirse con entusiasmo. Solo así seremos capaces de reverdecer como el árbol de nuestro cuento. Por eso, es necesario pedir la gracia a Dios para ensanchar nuestro corazón y recibir su mensaje de alegría.
  • ¿Están los oídos de tu corazón abiertos a su palabra?