No hay otro camino para descubrir la vocación que la relación con Dios…

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Los animadores vocacionales estamos convencidos de que enseñar a orar es muy importante, porque enseñando a orar es como se ayuda a la persona a crecer en la relación con Dios, en la comprensión de la propia vocación y en la libertad para poder responder.

Hace algunos días hablé con Araceli Sánchez (el nombre es inventado, la historia es real). Areceli es una joven de 29 años. Está soltera. Es hija de un empresario y su madre es ama de casa. Aún vive con sus padres. Cursó una licenciatura en mercadotecnia en una universidad privada y actualmente está iniciando el posgrado en diseño publicitario. Trabaja en una empresa bien establecida, donde goza de un bueno sueldo y de todas las prestaciones de la ley, además de bonos mensuales por puntualidad y otros.

Areceli gasta la mayor parte del dinero que recibe en ropa, gasolina y viajes. Expresa que su trabajo, a pesar de todos los beneficios, no le gusta porque siente que no crece. Su horario laborar es de 9 de la mañana a las 6 de la tarde, con una hora para comer. Durante las horas de trabajo tiene la sensación de ser poco productiva. Confiesa pasar muchas horas de ese tiempo viendo series de Netflix y metida Facebook y Whatsaap, y que realmente se esfuerza poco en su trabajo. De vez en cuando Araceli hace “home office” porque no tiene motivación para ir al trabajo. Aún así prefiere conservar su empleo que perderlo, para poder mantener el estilo de vida que lleva.

La historia de Araceli comienza a ser el caso de muchos jóvenes, hombres y mujeres, que se sienten estancados en el camino de la vida. Cada vez nos sorprende menos a los animadores vocacionales que el planteamiento de la vocación como una forma estable de vida se alargue más y más. De hecho, 29 años ya son ya un tiempo considerable para echar raíces en la vida, que es lo que falta en gran parte a Araceli. Este es el caso donde un animador vocacional, a la hora de comenzar un acompañiento, escucha con mucha atención los detelles y en el diálogo con el acompañante, vuelve sobre ellos porque son realmente relevantes. Esta joven se ha establecido cómodamente en una forma de vida que le da seguridad y cierto confort. Pero Araceli no se ha planteado, quizá por miedo o porque se siente insegura fuera de ese mundo en el que pretende tener el control, cuál es la verdad de su vida.

No pretendo analizar este caso al detalle. Únicamente quiero dejar por sentado que acompañar un proceso de una persona en esta situación, pide una alianza entre el acompañante y acompañado, que requerirá ponerse en camino afrontar y esclarecer varias cosas. Únicamente me detengo en un detalle que para la búsqueda de la propia vocación resulta fundamental. Como se puede observar, es evidente que Araceli anda escasa de un mundo de relaciones; todo se reduce a casa, trabajo y compras. Y podríamos preguntar: ¿los amigas y los amigos? ¿cuál es su mundo de relaciones? Sin relaciones personales la vida no  crece. Y sin la relación con Dios difícilmente se pueden esclarecer los aspectos esenciales de la vida, antes los cuales nos vemos interpelados a tomar partido y hacer opciones.

En este sentido, la misión de la animación de las vocaciones cosiste en abrir caminos para que el Señor pueda hablar, para que el Señor pueda llamar. La Palabra del Señor viene al encuentro del ser humano. Dios habla, grita, susurra e, incluso, cayando habla, pero evidentemente el corazón solo escucha cuando se dispone a escuchar; tantas voces, tantos ruidos, tantas distracciones, puenden llegar a inhabilitar el oído intrior, el del corazón. Y la disposición para la escucha es fundamental en la búsqueda del sentido de la propia vida. Esta es pues, la tarea principal del animador vocacional: crear espacios para escuchar a Dios.

El llamado al seguimiento de Jesucristo es un asunto crucial del corazón, que pide mucha relación. Y la vocación a vivir de un modo concreto este seguimiento en la diversidad de formas de vida cristiana es un negocio entre la persona y Dios. Araceli sabe mucho de mercadoctenia, de diseño y de convencer a otros de comprar el producto, pero le queda una asignatura pendiente: vivir la aventura de buscar más allá de lo que controla. Si no llega a cruzar este umbral, difícilmente va a crecer y difícilemente encontrará nuevos caminos de satisfacción personal.

Quizá parezaca un tanto teórico y cansino hablar una y otra vez de la vida como un proyecto, como una vocación… Pero para quien llega a comprender el llamado como una certeza interior, se le ilumina el camino. Hay quienes asumen que lo mejor de la vida consiste en alcanzar la propia auto-relización personal en una opción profesional. Entonces, nos preguntamos por qué si Araceli ya tiene todo lo que le garantiza una vida profesional, se siente insatisfecha; por qué hay una queja en su corazón que se manifiesta como un estado de desánimo y de desencanto. Simple y sencillamente porque la vida está hecha para algo más.

La vocación tiene que ver más bien con la relación, con salir de sí y aventurarse en la amistad, el afecto y el amor. Estas realidades nos sacan de todo cálculo y control, y nos obligan a resituarnos en la vida una y otra vez. Y esto pasa, de forma muy especial, en la relación con Dios. El concepto de vocación cristiana custodia esta dimensión de relación con Dios por la que dejamos de preguntarnos qué es lo que yo quiero, qué es lo que me gusta, qué es lo que me hace sentir bien, para pasar a una pregunta nuclear: ¿qué quieres, Dios, de mí? ¿a qué me llamas? ¿a qué me invitas?

En definitiva…, un animador vocacional busca la manera de abrir caminos para que el Señor pueda hablar al corazón, y la persona pueda escuchar su voz y pueda comprender la llamada personal que le hace a vivir en plenitud y ser feliz. Los animadores vocacionales albergamos la convicción de que enseñar a orar es muy importante porque enseñando a orar, ayudamos a crecer en la comprensión de la propia vocación y en la libertad para responder. Estos espacios para el encuentro pueden ser a través de la lectura orante de la Palabre de Dios, la oración estilo Taizè, cielos abistos, horas santas vocacciones, etc.